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Foto del escritorEva Gómez-Fontecha

Seamos críticos, seamos ciudadanos


Hace unos días leí algo me dejó en shock: “las personas debemos de dejar de ser consumidores y transformarnos en ciudadanos”. Quien así se expresaba era Christiana Figueres, responsable de la lucha contra el cambio climático de Naciones Unidas hasta 2016. La antropóloga costarricense traspasaba en aquella entrevista los límites de la corrección política al afirmar que “ningún cambio económico, social, político, que haya sido grande, como tiene que ser éste, se ha dado sin cierta desobediencia civil pacífica en las calles”.


Este pensamiento me parece clave para combatir el problema de la desigualdad en el mundo. Si tomamos conciencia de nuestro poder ciudadano y articulamos los medios para expresarnos de forma constructiva, nuestro latir llegará a las instancias del poder, ergo podremos aspirar a que nuestras demandas se satisfagan.


Alzar nuestra voz ciudadana me parece imperativo, mucho más en estos momentos en que se habla incluso de una crisis civilizatoria. Y aquí me alineo sin dudar un minuto con Grace Paley, escritora coetánea de Jane Jacobs quien “no entendía la desobediencia civil como un acto agresivo sino como la manifestación de aquello para lo que no se debe pedir permiso, por la sencilla razón de que es justo”.


Sostenibilidad es la palabra fetiche de toda buena gobernanza y cuando pensamos en ella se nos representa con toda nitidez el Medio Ambiente, deshielo, playas contaminadas por el plástico, animales amenazados y cosas por el estilo. Sin embargo, a estas alturas de la película el concepto sostenible tiene matices sociales incuestionables como son la integración étnica, la accesibilidad o la universalidad de la educación y la sanidad, por ejemplo. Este matiz social es un nuevo brote vertebrador de una sociedad más justa y más cohesionada.


Aprovechemos el impulso de cooperación nacido al calor de esta pandemia para establecer redes de comunicación social y expresar lo que necesitamos. Los datos y los buenos gobernantes deberían hacer el resto.


En este nuevo escenario, la movilidad fomentada por el transporte público tiene un importante papel como ascensor social y de conexión interterritorial. Juan Marsé, el autor barcelonés, describía en “Últimas tardes con Teresa” cómo su personaje principal, el pijoaparte, robaba vehículos para llegar hasta el centro de Barcelona y poder encontrarse con su amada. Hoy no sería una pulsión romántica sino social, laboral, recreativa (llámalo equis) la que nos mueve cada día de un lado para otro. El transporte público debe dejar de ser un arma electoral de primera magnitud para convertirse en un instrumento real de conexión entre personas, sin importar su clase o su territorio.


Los ciudadanos debemos organizarnos y vehicular nuestras inquietudes. Suscribo con los ojos vendados el papel de las plataformas de participación ciudadana como ecomovilidad.com o los Foros Locales donde los ciudadanos exponen sus necesidades de movilidad y las hacen llegar hasta sus Ayuntamientos. La movilidad es uno de los instrumentos de información e igualdad entre territorios, y si no funciona, tendremos que decirlo en las urnas.


Alto y claro.


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