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Foto del escritorEiman Alsakha Alshaikh

Planificacion urbana y regional como deber cívico


En muchas ciudades encontramos reminiscencias de la zonificación racial y política. En los Estados Unidos, estas líneas rojas discriminatorias dieron forma a muchas ciudades importantes. La negación sistemática de inversión en áreas de minorías étnicas o políticamente peligrosas condujo a su deterioro debido a la presencia de carreteras u otras infraestructuras urbanas.


Buen ejemplo de ello es el plan de carreteras y puentes propuesto por Robert Moses para Nueva York. El libro “The Power Broker” arroja luz sobre cómo este plan de la década de los 60’ favorecía a los automóviles sobre el transporte público. También nos cuenta sobre las comunidades de minorías que quedaron atrapadas o totalmente desplazadas a consecuencia de este plan.


Los vecindarios más pobres de Nueva York aún sufren las secuelas de este plan medio siglo después de su realización. Las comunidades minoritarias del Bronx padecen un porcentaje muy alto de asma como resultado de quedar atrapadas en zonas de alto tráfico de camiones o de estar ubicadas junto a puentes y carreteras.


Otro ejemplo de zonificación política lo encontré durante esta pandemia cuando decidimos trasladarnos a vivir a un pequeño pueblo en el interior de Galicia. Al principio, me sentía feliz de estar lejos de la gran ciudad que es Madrid, lejos también de todo el terror que nos había traído la pandemia. Alquilamos una casa de dos pisos con jardín por un precio inferior al que se pagaría en una gran ciudad. Lo que no percibí es que aquella vivienda era una de las pocas casas unifamiliares antiguas ubicada junto a la Carretera Nacional N-525.


Ese tramo de la carretera conforma la avenida principal del pueblo y en ella se pueden encontrar algunos restaurantes y edificios de apartamentos multifamiliares. El lugar es famoso por sus negocios ganaderos y agrícolas, y me sorprendió ver y escuchar un flujo incesante de camiones que transportaban ganado y productos agrícolas a diario. Durante las dos primeras semanas nos sentimos como si estuviéramos oliendo el tubo de escape de un camión las 24 horas del día, los siete días de la semana. La triste realidad es que nos acostumbramos después de unas semanas de estar instalados allí.



Muchas personas nos decían que sin el tránsito de esos camiones, los negocios y la vida no hubieran florecido en aquel pequeño pueblo. Se daba por sentado que nada mejor se podría hacer, que no era posible una planificación política o urbanística en pueblos con una situación similar.


La lista de países y ciudades influidos por este tipo de planificación regional insensible es interminable.


Me vienen a la cabeza un par de pensamientos que todos deberíamos tener en cuenta como ciudadanos y como profesionales del diseño. El primero, en un sentido más amplio, es que la participación civil individual es clave para crear y reformar los planes urbanos y regionales que tenemos. Elegir mediante nuestro voto a funcionarios con un programa adecuado es primordial para tener comunidades saludables a largo plazo.


El segundo, a una escala menor, es que como diseñadores urbanos debemos generar un diálogo continuo que promueva desarrollos reflexivos de usos e ingresos mixtos que tengan en cuenta a distintos tipos de consumidores y residentes.


¡No somos sólo creadores de una estética para la ciudad!

¡Contribuimos a preservar el Medio Ambiente y la Salud Pública!


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