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Foto del escritorJulián Baena

La soledad que hemos sido



Como un biopic personal, la soledad es algo que me acompaña en los procesos creativos, la lectura, el disfrutar de manera egoísta de un café en las mañanas, como también al contemplar la ciudad desde una banca del parque o simplemente al tenerla de fondo -como trampantojo sonoro y animado-.



He vivido en una ciudad en particular en donde coexistió casi siempre la sensación de no pertenecer, de desconocer los códigos de esa sociedad, de esa ciudad… la sensación de no tener a alguien que te guíe o te lleve a uno de esos planes nocturnos por la ciudad. Igual son cosas que te hace sentir en soledad y, más aún, cuando ahí afuera -en esa ciudad a la que no conoces- no eres ‘alguien’ o ahí adentro te sientes excluido -por la misma razón de que nadie te conoce-.



Muchas veces nunca supe si esa falta de interacción social era parte de aislarme socialmente de manera voluntaria o si en verdad era un reflejo de sentirme solo, como una experiencia contemplativa tan fascinante como abrumadora. Más aún cuando estaba en una ciudad rodeado por veinte millones de personas, donde quizá muchas tenían el mismo sentimiento propio de estar solas, aunque muchas veces se traspasaba esa pequeña línea entre estar solo y estar en soledad.



No pertenecer no era una forma de desarraigo, sé que nunca quise pertenecer pese a los más de diez años que viví allí. El no pertenecer te genera un pensamiento recurrente, muy similar al de un existencialismo precario, ver cómo la soledad es parte de la esencia o la condición humana, y cómo al final terminamos aceptándola sin llegar a ser algo negativo.

 


Es cierto que en las ciudades más cosmopolitas, los dispositivos o mecanismos nacidos para interactuar socialmente te trasladan a una hiperconectividad donde los placeres pasan al plano de lo virtual y de lo efímero. No creo que las redes sociales sean parte del problema, es más bien la zona de confort que creamos alrededor de ellas la que nos hace estar en soledad, sin aislarnos socialmente. Aun así, esto se desdibuja cuando pensamos si el problema de la soledad es más un problema colectivo o individual y hasta dónde llegan los límites y compromisos como persona o comunidad. Cada ciudad (con su idiosincrasia) como cada circunstancia tendrá tantas respuestas como variables.

 


La soledad puede traer lo mejor y lo peor a cada ser humano. Pasamos de pensar si la soledad se limita al hecho físico o más bien si es el vacío que queda entre las expectativas y la realidad de cada persona. Sea como sea, las consecuencias son evidentes en nuestra sociedad. Y las ciudades -como aglomerador político, económico y social- reaccionan ante la apatía o la misma desconexión humana con las relaciones interpersonales más extensas e institucionales.

 


 «Todos estamos solos en la ciudad, como calles sin pasos, escondidos del miedo y del silencio, desesperados de esperar la llegada de otras soledades que acompañen».

Beatriz Rivera (poetisa colombiana)




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