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Foto del escritorDaniela Viloria

La Smart City es 24/7, tú no


Muchos de los problemas que acarrea la Smart City son bastante conocidos (velocidad, tráfico, contaminación), pero hay otras amenazas que están minando nuestra salud, en particular la mental. Como todo ser vivo, los humanos dependemos del alimento, el aire, el agua y la luz para nuestra supervivencia. Las primeras tres son evidentes. La cuarta no se conoce bien.


Hace poco más de un siglo la mayor parte de la población se dedicaba a la agricultura, ganadería u otras actividades al aire libre. Nuestra dosis de luz solar estaba garantizada.

La ciudad moderna propone movernos día tras día, de caja en caja. Viviendas, lugares de trabajo, centros educativos, hospitales y medios de transporte son los espacios en los que pasamos el 90 por ciento de nuestro tiempo escondidos de los rayos del sol.

La luz solar y su componente azul, que tan mala propaganda tiene últimamente, es determinante durante el día para sostener nuestra actividad cognitiva, presión arterial, temperatura corporal y síntesis de vitamina D, fundamental para nuestros sistemas inmunológico y óseo.


Pero, ¿sabías que la luz también es fundamental para la síntesis de la serotonina a partir de los triptófanos que consumimos en los alimentos? Y es que la mal llamada “hormona de la felicidad” en realidad es el neurotransmisor.


responsable de la regulación emocional, el apetito, el deseo sexual y la secreción de melatonina, importantísima también para la salud mental. ¡Esto sí que es salud mental a partir de datos!


¿Ves ahora hasta qué punto la ciudad moderna debe fomentar espacios que permitan tomar nuestra dosis de vitamina sol?


Escuelas, oficinas y hospitales deberían garantizar distancias y espacios que permitan tomar el sol matutino; y ninguna medida sanitaria debería volver a pasar por mantenernos encerrados tres meses deprimiendo nuestro sistema inmunológico. Esos edificios súpermasivos que arrojan sombra unos sobre otros, bloques de oficinas donde no hay manera de que el sol llegue al núcleo central, espacios en semisótanos que solo deberían usarse para conservar el vino (lleno de triptófanos, por cierto 😊). Hay que volver a poner en su justo lugar a la plaza, el parque, el balcón y la terraza, el lucernario y los ventanales.

¿Y qué pasa con el cáncer de piel? Este se produce por exposiciones irresponsables por períodos de tiempo prolongados a horas en las que la incidencia del componente ultravioleta es máxima. Usa el sentido común y, en tu caminata de la mañana, olvídate del bronceador solar y las gafas, tu cuerpo es sabio y por algo la piel es traslúcida. El bronceador para el día de playa y campo.


El problema empeora al caer el sol, porque la misma luz azul que de día nos activa y llena de energía, si la seguimos recibiendo de noche, nos mantiene en estados prolongados de alerta, elevando el cortisol cuando no corresponde y, sobre todo, frenando la producción de melatonina que induce el sueño reparador. Y lo de reparador es literal, tu cuerpo necesita entrar en mantenimiento cada noche.

Necesitamos dormir de siete a ocho horas al día, y no me digas que con cinco horas vas fenomenal, porque eso significa que tu sistema nervioso ya está afectado… te estás enfermando lentamente. Necesitamos dormir para poder completar funciones metabólicas, regenerar nuestras células, anclar los recuerdos en la memoria de largo plazo (¡Atención estudiantes!).

“No me da sueño” me dirás. Lo sé, a mí también me pasa y es porque a partir de las seis de la tarde debemos reducir drásticamente la cantidad de estímulos lumínicos que recibimos y eso es muy difícil en la vida moderna. En ese momento del día la luz muy blanca con el componente azul (480nm) se convierte en el enemigo público, porque cuando estás rodeada de luminarias y dispositivos que la emiten, tu cuerpo no es capaz de reconocer que la noche está llegando para empezar a relajarte.


Pretendemos que en la ciudad nocturna se vea como si fuera de día y ese es el mayor error. La noche tiene sus propioscódigos y si los conocemos bien seremos capaces de continuar con muchas actividades después del crepúsculo, sin afectar a nuestro reloj biológico.


Tenemos que volver a los códigos de luz nocturna de nuestros ancestros que se pueden simular y mejorar gracias a las tecnologías que ahora tenemos. Luz cálida libre del componente azul, menos cantidad, control de contrastes, más puntos bajos y menos emisiones cenitales.


Si la gran pandemia que afrontamos hoy es de salud mental y ésta depende en gran parte el equilibrio bioquímico de nuestro organismo, qué más que aprender a hacer un uso saludable de la luz solar y artificial para que se convierta en un coadyuvante de la salud en lugar de un agente de riesgo.


Si la salud es un asunto público, entonces la iluminación también lo es.

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