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Foto del escritorMagda Plocikiewicz

Estrategia básica de supervivencia


Hay algo que los habitantes de este planeta deseamos más que la felicidad?

Podemos imaginar este estado de maneras muy distintas y errar mucho al escoger los caminos para llegar a la ansiada meta.



De hecho, como nos demuestra el mayor estudio sobre la felicidad realizado por la Universidad de Harvard, al ser preguntados qué nos hace felices, proporcionamos una respuesta equivocada. La felicidad la asociamos con la consecución de diversas metas de índole profesional, con el estatus socioeconómico, con la hedonía de poder tener y experimentarlo todo y, sin embargo, lo que nos hace vivir más tiempo y gozar del estado de bienestar holístico son nuestras relaciones. Pareja, familia, tribu, compañeros del trabajo, conocidos y desconocidos – todo este universo social, la red de contactos cotidianos, regulares, esporádicos, intensos, profundos, íntimos, casuales y superficiales tejen la invisible, pero sólida base de nuestra vida plena. El hallazgo del mencionado estudio no debería parecer extraño si tenemos en cuenta que nuestro cerebro ha ido especializándose evolutivamente en la cooperación como estrategia básica de supervivencia de la especie homo sapiens, un animal social por excelencia. En el extrarradio de nuestra telaraña relacional se encuentra el universo de desolación, donde acechan atávicas alertas de peligro (¡predador y estás solo!) causando una angustia permanente. Allí done no hay nadie más que nosotros decaemos, la soledad empequeñece nuestro sistema inmune, nuestra esperanza de vida, nuestra esperanza en general.



Según el estudio sobre juventud y soledad no deseada en España de febrero 2024, son los jóvenes entre 16 y 29 años, el grupo más afectado por la soledad indeseada. El 25,5% de esta franja de edad está afectada y el 75,8% del grupo confirma sentirse solos desde hace más de 1 año (cerca de la mitad más de 3). Los jóvenes que se sienten solos auto- perciben su salud como mala, su autoestima está profundamente afectada y no encuentran consuelo en las relaciones online ni redes sociales. ¿Acaso nuestro microcosmos del smartphone y las tecnologías no son la panacea para la parte de la sociedad que mejor las domina y que más profundamente se ha sumergido en sus abismos? El apoyo familiar tampoco parece ser la solución para sentirse parte de. Son los amigos y los encuentros presenciales los que ofrecen salida de este estado no deseado ni para el peor enemigo. Y los encuentros presenciales trascurren principalmente en el espacio público de la ciudad.


¿Están diseñadas nuestras ciudades para la felicidad, para proporcionar las relaciones y los encuentros fortuitos? ¿Tenemos espacio- temporalidades suficientemente abiertas para acoger distintas generaciones, para disfrutar del exterior en el tiempo libre, para fomentar el intercambio, para la solidaridad y el acompañamiento del otro? ¿Cuál es la proporción de los espacios relacionales versus funcionales?



En primer lugar, priorizamos la productividad más que el tiempo dedicado al “fitness social”. Los encuentros con los amigos, y mucho menos con los desconocidos, no suelen estar en nuestro shortlist de prioridades ni rutinas diarias. Los horarios de trabajo, de escuela, las distancias, la autoexigencia de estar haciendo “cosas importantes” relega las relaciones con los otros a algo puntual, residual, a veces anecdótico. El diseño de la ciudad es un fiel reflejo de ello. Si la tecnología nos conecta con la gente que está lejos, la ciudad debería conectarnos con la gente que tenemos cerca. Will Buckingham en su libro “Hello Stranger” explica el experimento de animar a la gente para que entable las conversaciones con extraños para ver como los valoraban antes y después. Antes predomina la incomodidad, timidez y el miedo, después aparece la satisfacción y un bienestar momentáneo, fomentado por un chute dopaminérgico que nos proporciona el encuentro con el otro.



Según la antropóloga Sonia Lavadinho el espacio relacional ocupa apenas 10-20% del total espacio métrico en las ciudades europeas. Aunque la ciudad relacional fuese un tejido delicado, intangible y más difícil para captar su rendimiento a través de los indicadores, la ciudad empieza con la gente y la felicidad también.



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