top of page
Foto del escritorMagda Plocikiewicz

El espíritu de la época


“Morir lejos es morir dos veces, y el que no es de aquí siempre muere lejos” dice el libreto de la ópera “La gata perduda”, una obra comunitaria realizada por el Gran Teatro de Liceu barcelonés conjuntamente con más de 300 participantes del vecino barrio popular y multicultural- el Raval. En esta ópera prima vemos lo que representa la inmigración: en la cima de la ciudad, en los barrios altos, los magnates junto a los arquitectos deciden su forma y su curso, mientras que la identidad de los barrios estigmatizados por la inmigración se va diluyendo a marcha forzosa de gentrificación, salvo que tengan, como el Raval, un tejido social que la preserve.


El inmigrante es este otro que nos otorga nuestra identidad reconfortante de ciudadanos de pleno derecho, la comodidad de arraigo, el poder de la mayoría que define el código de convivencia. Ella, el – los otros, son los que preferiblemente han que amoldarse y mientras mejor se mimetizan más fácil nos lo ponen para construir ciudades y sociedades armónicas, donde solemos encajarlos como un elemento colorido en las fiestas para que luzcan sus trajes folclóricos y preparen su comida especiada.


¿Cómo hemos de convivir con la otredad? Esta pregunta genera otras tantas: ¿Quién puede migrar legalmente? ¿Hasta que punto los inmigrantes tienen que adoptar la cultura local? ¿Si y cuándo hemos de otorgarles plenos derechos? ¿Cómo gestionar las tensiones y conflictos que surgen entre la sociedad de acogida y los inmigrantes? ¿El mero hecho de haber conflicto pone en duda las políticas de inmigración?


La inmigración en la ciudad nos sitúa ante muchas preguntas y pocas respuestas que las ciencias sociales y políticas puedan avalar como pautas prescriptivas. Hay dos grandes modelos que definen el marco de las políticas de inmigración al nivel estatal. Es el modelo asimilacionista, representado por Francia, pero también España, donde la integración está marcada por el grado de adaptación a la cultura local. El otro es el modelo multicultural, oficialmente adoptado por Canadá, pero también arraigado en Reino Unido o Países Bajos, donde se apuesta por la convivencia con la diversidad en el marco de máxima garantía de expresión de esta misma. Sin embargo, ambos modelos van hibridando. El idioma y los valores fundamentales de la cultura de origen son elementos irreducibles para la buena convivencia. No obstante, incluso el modelo asimilacionista está ensanchando el margen en el cual pueden manifestarse algunos usos, costumbres y valores de las culturas de origen, siempre cuando no entren en contradicción con la cultura de la sociedad de acogida. Tanto el modelo multicultural como el asimilacionista no evitan el aislamiento de las comunidades inmigrantes en barrios marginales, en guetos del siglo XXI. Construyendo ciudades las personas reflejamos en ellas el espíritu de la época, nuestras inquietudes, ideales y también, aunque menos palpables, nuestros paradigmas éticos. La ciudad no se limita al medio construido, ni tampoco al entorno social, sino que es un delicado equilibrio entre los dos. En ambas dimensiones- edificada y humana, la ciudad nunca está culminada, siempre es un proceso, que puede tomar un giro diferente en función de los retos o problemas que tienen que afrontar sus habitantes. Si queremos perseguir el objetivo 11 de los ODS “lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”, hemos de pensar y construir las ciudades basadas en la apertura al otro, en la polifonía de la democracia en la igualdad de hecho, la ciudad que percibe la inmigración como oportunidad y no amenaza, la ciudad donde nadie muere dos veces.





Entradas relacionadas

Ver todo

Comments


bottom of page