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Foto del escritorJulián Baena

De urbanista a infractor


Antes todo esto era campo, y sin duda lo fue… hasta no hace mucho (por decir que un siglo o un poco más), las ciudades tendían a crecer según necesidades bastante particulares de nuevos inmigrantes que llegaban atraídos por la gran polis. Y de ahí, en las zonas más perimetrales, crecían las barriadas como conjuntos de casuchas con una disposición justa y adecuada para generar relaciones entre vecinos, accesibilidades, un comercio primitivo y todo aquello que el conocimiento popular y colectivo terciara entre aquella población emergente.


A esto ya se le podría considerar como un plan de crecimiento urbano espontáneo y sin regulaciones, sólo como respuesta a una necesidad colectiva de inserción, adaptabilidad y relaciones intercomunitarias.



Y, por eso, creo que resulta fácil (y arriesgado) decir que el nacimiento -y fundación-, crecimiento y desarrollo de las ciudades ha sido informal, siempre condicionado a la economía y demás factores políticos que han llevado a que haya sido a partir de un crecimiento orgánico y poco mesurado.



Con la llegada tímida del concepto de Urbanismo -el de implantación legal-, y considerando las retículas urbanas de los romanos que luego pasa a la Ley de Indias como uno de los intentos ordenadores, y siglos después con el Plan de Haussmann para París a mediados de S. XIX, se dan los primeros principios (y necesidades) para regular y organizar las ciudades, de contemplar el crecimiento regulado y limpiar e intentar volver salubres las urbes. Poco después, los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) sientan la base del Urbanismo Moderno, y se empieza a ver a todo lo hecho anteriormente con cierto recelo, y a la vez con nostalgia.



Y es un poco lo que empiezan a recoger Rob Krier en sus estudios de tipologías urbanas, Ítalo Calvino en su visión más romántica de las Ciudades Invisibles, Robert Venturi con su visión posmodernista de la ciudad (de Las Vegas como laboratorio), hasta llegar al urbanismo técnico, político, corporativo, burocrático y progresista que vemos ahora mismo como los planes reguladores de la ciudad.



El visionario que construía ciudad y llegaba a colonizar tierras yermas a partir de sus sueños, sabiduría y expectativas a título de urbanista informal ha quedado relegado… hoy lo llamarían un infractor. Como también lo sería el que acompañado de instrumentos legales quiere dejar su legado formal con intervenciones necias y que poco aportan a la metrópolis, para luego ser juzgado (por la historia) igual como infractor.



Estos urbanistas son vistos como tecnicistas y estadistas que ejecutan planes maestros de barrios enteros, intervenciones regulatorias de ciudad, guiados por modas estéticas y egos. Estos urbanistas hacen uso de palabras como sostenibilidad y postpandemia como vocabulario para susurrarle a las administraciones públicas de turno.



Este nuevo urbanista que desconoce la historia de los pueblos, la población que habita, la identidad de las barriadas... es, por tanto, otro infractor.


Imagen generada por IA

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