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Foto del escritorEduardo Solana

Activismo sin hashtags


En el barrio de Pinilla, en León, hay un parque con el nombre de Gelo Arizmendi; un nombre que el lector buscará en vano en la Wikipedia. Gelo Arizmendi fue, durante años, uno de los motores del movimiento vecinal del barrio. Para entender bien toda la historia primero hay que viajar casi cien kilómetros al noreste, al pantano de Riaño, cuya historia es bastante conocida. Su presa no solo anegó Riaño, sino ocho pueblos más de la comarca. Los vecinos de casi todos ellos se vieron obligados a emigrar.


Un grupo de estos desplazados, unas doscientas familias, acabaron en Pinilla, un barrio popular de León con origen en la posguerra, en el que los nuevos inmigrantes ocuparon varios bloques construidos al efecto. Como suele pasar, faltaban infraestructuras básicas; algunas calles ni siquiera contaban con acerado, y los servicios urbanos eran claramente insuficientes. La necesidad hizo germinar un asociacionismo vecinal fuerte. Se consiguieron aceras, saneamiento, un aulario, una casa de cultura, parques.


Hasta aquí, la historia no difiere de la de muchos otros barrios del siglo XX. Quizá la singularidad más específica de Pinilla es la aparición de un sentido de identidad propio: el barrio se extiende más allá del término municipal de León, hacia el contiguo municipio de San Andrés del Rabanedo; sin embargo, los de Pinilla se sentían —se sienten— habitantes de Pinilla, al margen de su adscripción a uno u otro municipio. Es un barrio a caballo de dos ciudades, y sus reivindicaciones se dirigen a ambas, obligando en muchas ocasiones a compromisos y acuerdos entre los dos ayuntamientos. Probablemente este sentido de pertenencia ha contribuido a que las organizaciones vecinales prolonguen su actividad más allá de los tiempos iniciales hasta las siguientes generaciones, las de los hijos de los emigrantes.


Este texto iba a derivar en una reflexión sobre el incierto futuro que parece tener el activismo de barrio, centrado en problemas concretos, en un mundo que parece estar solo atento a las redes sociales, con comunidades y activismo virtual, global o deslocalizado. A uno le parecía que, en adelante, el asociacionismo local, por pura masa crítica, no va a encontrar hashtags que capten el foco de la atención y provoquen reacciones sociales y políticas que resuelvan sus problemas concretos. Pero me he encontrado con un caso que cuestiona esa idea. Hace un tiempo se aprobó un ARRU (área de regeneración y renovación urbana) en Pinilla. Esta figura urbanística supone ayudas importantes para la rehabilitación, ayudas que han de solicitar individualmente cada comunidad de vecinos. Imaginemos cómo son aquí estas comunidades, formadas en su mayoría por personas mayores, con una notable resistencia a los cambios. Ni las administraciones locales ni las autonómicas consiguieron convencer a los vecinos de que solicitaran las ayudas, por muy beneficiosas que fuesen. Pues bien: la Asociación de Vecinos no solo participó en el diseño del ARRU, sino que, aprovechando su mayor credibilidad ante los habitantes que los organismos oficiales, persuadió a muchos para presentar las solicitudes y, en consecuencia, poder rehabilitar gran parte del parque de viviendas del barrio.


Así que ahora uno se siente un poco inútil, con los Instagram, Twitter y LinkedIn de turno consumiendo su tiempo, mientras ahí fuera hay gente que trabaja para que pasen cosas reales.


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